Armando Fernández “Lenin”, en una de aquellas homilías laicas matutinas de Radio Santana -la emisora que hace veinticinco años ondeaba su brioso pabellón pirata encima de la cafetería Juval- los bautizó como "los hermanos Lumiere Moscones".
Los Lumiere, Auguste y Louis, fotógrafos franceses, a finales del siglo XIX inventaron el cine. Los hermanos Blanco, Manolo y Michel, epígonos de una estirpe de fotógrafos que se remonta a los tiempos heroicos de la fotografía ambulante, no fueron inventores, hicieron magia y eso los distinguió de otros colegas: durante un año ilusionaron a la villa con una televisión artesanal.
A principios de los noventa, con Chus Telegrado y la colaboración de otros, fundaron Grado Televisión, una cadena tan rudimentaria que sólo la imaginación de sus impulsores permitía sintonizarla en el canal 46. Hicieron historia al crear, casi de la nada, la primera televisión local que emitió en el Principado.
En el párrafo anterior califiqué como magia aquella iniciativa. Y me reafirmo en el uso de tal sustantivo, porque ¿cómo fue posible aquella aventura televisiva sin más recursos tecnológicos que una cámara de vídeo semiprofesional JVC, una mesa artesanal de montaje, un reproductor VHS con una antena instalada en Reconco y el chorro de canales que desde el Gamoniteiro barría el valle de Grao?
Aquel milagro que viví muy cerca de sus promotores, aquel optimismo, aquella actitud desinteresada, aquel compromiso ciudadano, aporta una información esencial a la hora de entender y valorar al equipo humano que participó en el alumbramiento de GTV y especialmente a los hermanos Blanco.
Hace unos días se nos fue Michel, como hace veinte años se nos fue Manolo, los dos jóvenes, con muchas cosas que aportar fruto de su bendita imaginación y de su espíritu creador. Esa inspiración impresa en los genes y transmitida desde su abuelo Ramiro por su padre Manuel, el gran Manuel Blanco, el fotógrafo de nuestra niñez.
Se nos fue Michel y creo que ha dejado un hueco que ya nunca se llenará, porque con él no sólo se ha muerto un fotógrafo, se ha muerto algo más, con él desaparece en Grao el último mohicano de una saga de fotógrafos que ya no nacen ni se hacen, porque la fotografía industrial ha estrechado el campo de maniobra a la fotografía profesional artística hasta límites difíciles de soportar.
Me quedo con dos imágenes que he revelado desde el archivo de mi memoria. En la primera Michel entra a la cafetería Maijeco con gorro de lana, chubasquero y unos esquís al hombro, el atrezzo creo recordar que lo aportaba Fernando Arias, el hombre indispensable para materializar cualquier sueño en Grao por muy descabalado que sea. Manolo estaba tras el objetivo de la cámara. Se grababa “Grao Pis” aquel remake local de Twin Peaks. Por allí también pululaban Chus Telegrao, Chema López y algún que otro “loco por la tele”.
Yo entonces era Carlos Murias y me entretenía retocando guiones y jugando a presentador de telediarios. La idea de “Grao Pis” fue de Michel, que siempre le daba cierto toque de elegancia a las iniciativas. En la segunda imagen, Manolo arranca aquel pedazo de moto del que no recuerdo la marca, se sube y avanza carretera adelante tan majestuoso como Dennis Hopper en Easy Rider, aquella moto sobre la que vivió sus últimos instantes en el fatal accidente de San Román.
Si viviera Armando
Fernández “Lenin” y existiera
Radio Santana, no sé lo que diría por el micrófono ante la desaparición de Michel Blanco, pero pienso que sería algo parecido a que,
con Michel, se cierra un capítulo, un capítulo de la historia gráfica de la comarca de Grao. Fernando Flórez Fernández-Villaranzo
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