A su edad, gracias a sus años de sacerdote, ha hecho amigos fieles, que
le votaron y le acompañaron en aquella aventura de la política. Para la
política tiene la labia necesaria para convencer a los que lo escuchen.
Pero también tuvo enfrentamientos con las autoridades eclesiásticas.Ya
tuvo sus más y sus menos con el Arzobispado cuando siendo seminarista se
ganaba unos cuartos trabajando de camarero en una céntrica cafetería de
Grado. No fue a mayores porque el trabajo dignifica el espíritu.
Llegó a la Iglesia por convicción y vuelva a ella por lo mismo. Su
última misa fue en La Manjoya, pero antes ofició en El Coto (Gijón), el
Cristo (Oviedo) y el Hospital Central de Asturias. Arturo García, hijo
de un guardia civil jubilado, alumno del Colegio Virgen del Fresno y del
Instituto César Rodríguez, de Grado, no dudó nunca en acercar la
Iglesia a los que más alejados estaban de sus creencias.
Impartió el sacramento del matrimonio a parejas que acudían a la Iglesia
más para contentar a sus familias que por vocación propia. Algunos
entenderán que no se debe casar en un templo a quienes no acuden
regularmente; otros, que es una forma de llevar la palabra de Dios a los
que no creen en ella.
Lo mismo que ocurre cuando se ve a Arturo a
finales de julio disfrutando de las fiestas de Santa Ana en Grado. Pide
agua con el resto de vecinos del pueblo que quieren que los mojen desde
las ventanas. Salía de la sacristía en vaqueros, se subía a su
descapotable y se iba con los amigos. Ahora hará lo mismo, pero ahora no
tendrá libres los domingos.
Artículo publicado por David Horihuela en La Nueva España
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