Negaba incluso conocer la localidad asturiana. Por contra, durante la celebración del juicio, A. E. A., de 28 años, reconoció que aquella mañana del 12 de septiembre de 2007 estuvo en el Bar de Miguel.
Nada más del relato del fiscal dio por cierto, al igual que su expareja y también imputada. La mujer defendió su inocencia y desmintió haber informado a su por entonces novio sobre dónde guardaba la víctima el dinero. El tercer acusado, conocido de los anteriores, no se presentó a la vista. Pesa sobre él una orden de busca y captura.
El juicio ya se había aplazado hace unos meses por la ausencia del fugado. Ayer, la sala de lo Penal número 4 enjuició a los otros dos encausados. El Ministerio Público les acusa de un delito de robo con violencia e intimidación, solicita para cada uno de ellos cuatro años y medio de cárcel. El relato del fiscal fue corroborado por el testimonio de la víctima.
La chica C. M. O., de 29 años, había trabajado un día como camarera en el local, en la plaza del General Ponte.
El 12 de septiembre de 2007 regresó al bar para recibir sus honorarios: «Vino un día y dijo que se encontraba mal que le dolía la barriga. Así que, le dije que se fuera para casa. A la mañana siguiente vino para cobrar el sueldo», explicó el hostelero.
Bajaron a las oficinas y allí le entregó su parte. Sacó los billetes de un grueso fajo que guardaba en el bolsillo trasero de su pantalón, «como suelo hacer pues ese día iba a ir al banco». La chica había acudido al bar acompañada por tres amigos.
Después de pagarle, la mujer y sus acompañantes se quedaron terminando su consumición en una de las mesas del establecimiento. «Yo seguí trabajando y al poco me dijeron que me sentara un momento con ellos», relató. En ese instante, supuestamente, los tres hombres le dieron dos opciones: «O les daba el dinero que tenía en el bolsillo de atrás, porque la chica se lo había dicho, o me mataban».
Antes de que cediera, le realizaron otra advertencia. «Me dijeron que si iba a la policía dirían que había habido toqueteo y roce con la chica y que cuando salieran de la cárcel me iban a matar a mi y a mi familia».
Les entregó los 1.600 euros y no comentó nada hasta que llegó a su casa. Uno de sus empleados observó la escena, le pareció «extraño que se sentara con clientes, porque nunca lo hacía y le noté asustado, pero no imagine nada así», describió ante el juez.
Asustado
El mismo camarero recordó que era día de mercado y que el bar estaba lleno, una afirmación usada por las defensas para solicitar la absolución de los acusados o, en su defecto, una rebaja de la pena. «Nadie vio nada en un bar atestado.
La única prueba que existe es el testimonio del demandante. Parece un tanto excesiva la petición por violencia e intimidación», valoró la letrada de A. E. A., Carmen Pardo. En todo caso, el fiscal solicitó que en caso de ser condenado se sustituya la pena por la expulsión del país durante nueve años. El acusado, de origen argentino, tenía una orden de expulsión de 2006.
El otro abogado, Manuel García García-Rendueles pidió la libre absolución de su clienta, que niega cualquier implicación en los hechos. El juicio quedó ayer visto para sentencia.
Informa: I. REY